domingo, 13 de marzo de 2011

MOVIMIENTOS QUE MARCARON EL SIGLO XX


FENOMENOLÓGICO

La Fenomenología fue un movimiento filosófico del siglo XX que describe las estructuras de la experiencia tal y como se presentan en la conciencia, sin
recurrir a teoría, deducción o suposiciones procedentes de otras disciplinas tales como las ciencias naturales.

El fundador de la fenomenología, el filósofo alemán Edmund Husserl, introdujo este término en su libro Ideas. Introducción general a la fenomenología pura (1913). Los primeros seguidores de Husserl, como el filósofo alemán Max Scheler, influenciado por su libro anterior, Investigaciones lógicas (1900-1901), proclamaron que el cometido de la fenomenología es estudiar las esencias de las cosas y la de las emociones. Aunque Husserl nunca renunció a su interés por las
esencias, con el tiempo mantendría que sólo las esencias de ciertas estructuras conscientes particulares constituyen el objeto propio de la fenomenología. Husserl, a partir de 1910, definió la fenomenología como el estudio de las estructuras de la conciencia que capacitan al conocimiento para referirse a los objetos fuera de sí misma. Este estudio requiere reflexión sobre los contenidos de la mente para excluir todo lo demás. Husserl llamó a este tipo de reflexión `reducción fenomenológica'. Ya que la mente puede dirigirse hacia lo no existente tanto como hacia los objetos reales, Husserl advirtió que la reflexión fenomenológica no presupone que algo existe con carácter material; más bien equivale a "poner en paréntesis la existencia", es decir, dejar de lado la cuestión de la existencia real del objeto contemplado.

Lo que Husserl comprobó cuando analizaba los contenidos de la mente fue una serie de actos como el recordar, desear y percibir, e incluso el contenido abstracto de esos actos, a los que Husserl llamó `significados'. Esos significados, proclamó, permitían a un acto ser dirigido hacia un objeto bajo una apariencia concreta, y afirmó que la direccionalidad, que él llamaba "intencionalidad", era la esencia del conocimiento. La fenomenología trascendental, según Husserl, era el estudio de los componentes básicos de los significados que hacen posible la intencionalidad. Posteriormente, en Meditaciones cartesianas (1931), introdujo la fenomenología genética, a la que definió como el estudio de la formación de esos significados en el curso de la experiencia.

Todos los fenomenólogos siguieron a Husserl en el intento de utilizar descripciones puras. Así, suscribieron la frase de Husserl que conducía a aprender "las cosas mismas". Sin embargo, diferían entre sí tanto en lo referente a si la reducción fenomenológica puede ser llevada a cabo, como en lo tocante a lo que es evidente para el filósofo al dar una descripción pura de la experiencia. El filósofo alemán Martin Heidegger, colega de Husserl y su crítico más brillante, proclamó que la fenomenología debe poner de manifiesto qué hay oculto en la experiencia común diaria. Así lo mostró en El ser y el tiempo (1927) al describir lo que llamaba la `estructura de la cotidianidad', o `ser en el mundo', que pensó era un sistema interrelacionado de aptitudes, papeles sociales, proyectos e intenciones.

Para Heidegger, el individuo, y, por extensión el ser humano, es lo que uno hace en el mundo, pues una reducción fenomenológica a la experiencia privada es imposible, y como la acción humana se compone de un dominio directo de los objetos, no es necesario situar una entidad especial mental, llamada significado, para explicar la intencionalidad. Para Heidegger, la situación dentro del mundo entre las cosas en el momento de realizar proyectos es un tipo de intencionalidad más trascendente y fundamentadora que el manifestando sólo con mirar o pensar sobre los objetos, y es esta intencionalidad más fundamental la que hace posible la direccionalidad analizada por Husserl desde el saber científico.

El filósofo francés Jean-Paul Sartre, uno de los principales representantes del existencialismo, trató de adaptar la fenomenología de Heidegger a la filosofía de la conciencia, recobrando de ese modo, las enseñanzas de Husserl. Coincidió con éste en que el conocimiento está siempre orientado hacia los objetos, pero criticó su afirmación de que tal direccionalidad fuera posible sólo por medio de entidades mentales peculiares llamadas significados. Otro filósofo francés, Maurice Merleau-Ponty rechazó la idea de Sartre de que la descripción fenomenológica revelara que los seres humanos son puros, aislados y con una conciencia libre. Recalcó el papel de un cuerpo activo y comprometido en todo el conocimiento humano, y por esta vía amplió las nociones de Heidegger destinadas a incluir en la fenomenología el análisis de la percepción. Como Heidegger y Sartre, Merleau-Ponty es un fenomenólogo existencial que niega la posibilidad de situar la experiencia del hombre entre paréntesis o en suspenso respecto a la conciencia del ser.

La fenomenología ha tenido una influencia creciente sobre el pensamiento del siglo XX. Se han desarrollado interpretaciones fenomenológicas de teología, sociología, psicología, psiquiatría y crítica literaria, y la fenomenología sigue siendo una de las escuelas más importantes de la filosofía actual.

EL PSICOANÁLISIS

Las técnicas del psicoanálisis y gran parte de la teoría psicoanalítica basada en su aplicación fueron desarrolladas por el neurólogo austriaco Sigmund Freud. Sus trabajos sobre la estructura y el funcionamiento de la mente humana tuvieron un gran alcance, tanto en el ámbito científico como en el de la práctica clínica.

La primera de las aportaciones de Freud fue el descubrimiento de la existencia de procesos
psíquicos inconscientes ordenados según leyes propias, distintas a las que gobiernan la experiencia consciente. En el ámbito inconsciente, pensamientos y sentimientos que se daban unidos se dividen o desplazan fuera de su contexto original; dos imágenes o ideas dispares pueden ser reunidas (condensadas) en una sola; los pensamientos pueden ser dramatizados formando imágenes, en vez de expresarse como conceptos abstractos, y ciertos objetos pueden ser sustituidos y representados simbólicamente por imágenes de otros, aun cuando el parecido entre el símbolo y lo simbolizado sea vago, o explicarse sólo por su coexistencia en momentos alejados del presente. Las leyes de la lógica, básicas en el pensamiento consciente, dejan de ejercer su dominio en el inconsciente.

Comprender cómo funcionan los procesos mentales inconscientes hizo posible la comprensión de fenómenos psíquicos previamente incomprensibles, como los sueños. A través del análisis de los procesos inconscientes, Freud vio que este estado servía para proteger el sueño (el reposo) del individuo contra los elementos perturbadores procedentes de deseos reprimidos, relacionados con las primeras experiencias del desarrollo que afloran en ese momento a la conciencia. Así, los deseos y pensamientos moralmente inaceptables, es decir, el `contenido latente' del sueño, se transforman en una experiencia consciente, aunque no inmediatamente comprensible, a veces absurda, denominada `contenido manifiesto'. El conocimiento de estos mecanismos inconscientes permite al analista invertir el proceso de elaboración onírica, por el que el contenido latente se transforma en el contenido manifiesto, accediendo a través de la interpretación de los sueños a su significado subyacente.

Una suposición esencial de la teoría freudiana es que los conflictos inconscientes involucran deseos y pulsiones (instintos), originadas en las primeras etapas del desarrollo. Al serle desvelados al paciente los conflictos inconscientes mediante el psicoanálisis, su mente adulta puede encontrar soluciones inaccesibles a la mente inmadura del niño que fue. Esta descripción de la función que cumplen las pulsiones básicas en la vida humana es otra de las aportaciones cruciales de la teoría freudiana.

El esfuerzo por clarificar el desconcertante número de observaciones interrelacionadas puestas a la luz por la exploración psicoanalítica, condujo al desarrollo de un modelo de estructura del sistema psíquico. Tres sistemas funcionales, o instancias, se distinguen en este modelo: el ello, el yo y el superyó.

La primera instancia se refiere a las tendencias impulsivas (entre ellas, las sexuales y las agresivas) que parten del cuerpo y tienen que ver con el deseo en un sentido primario, contrarias a los frutos de la educación y la cultura. Freud llamó a estas tendencias triebe, que literalmente significa `pulsión' pero que a menudo se traduce con impropiedad como `instinto'. Estas pulsiones exigen su inmediata satisfacción, y son experimentadas de forma placentera por el individuo, pero desconocen el principio de realidad y se atienen sólo al principio del placer (egoísta, acrítico e irracional).

Cómo conseguir en el mundo real las condiciones de satisfacción de esas pulsiones básicas es tarea de la segunda instancia, el yo, que domina funciones como la percepción, el pensamiento y el control motor, para adaptarse a las condiciones exteriores reales del mundo social y objetivo. Para desempeñar esta función adaptativa, de conservación del individuo, el yo debe ser capaz de posponer la satisfacción de las pulsiones del ello que presionan para su inmediata satisfacción, con lo que se origina la primera tensión. Para defenderse de las pulsiones inaceptables del ello, el yo desarrolla mecanismos psíquicos específicos llamados mecanismos de defensa. Los principales son: la represión —exclusión de las pulsiones de la consciencia, para arrojarlas a lo inconsciente—, la proyección —proceso de adscribir a otros los deseos que no se quieren reconocer en uno mismo— y la formación reactiva —establecimiento de un patrón o pauta de conducta contraria a una fuerte necesidad inconsciente. Tales mecanismos de defensa se disparan en cuanto la ansiedad señala el peligro de que las pulsiones inaceptables originales puedan reaparecer en la conciencia.

Una pulsión del ello llega a hacerse inadmisible, no sólo como resultado de una necesidad temporal de posponer su satisfacción hasta que las condiciones de la realidad sean más favorables, sino, sobre todo, debido a la prohibición que los otros (originalmente los padres) imponen al individuo. El conjunto de estas demandas y prohibiciones constituye el contenido principal de la tercera instancia, el superyó, cuya función es controlar al yo según las pautas morales impuestas por los padres. Si las demandas del superyó no son atendidas, la persona se sentirá culpable, culpabilidad que también se manifiesta como ansiedad y/o vergüenza.

El superyó, que según la teoría freudiana se origina en el esfuerzo de superar el complejo de Edipo, es parcialmente inconsciente, debido a que tiene una fuerza semejante (aunque de signo opuesto) a la de las pulsiones, y puede dar lugar a sentimientos de culpa que no dependan de ninguna transgresión consciente. El yo, instancia mediadora entre las demandas del ello, las exigencias del superyó y el mundo exterior, puede no tener el poder suficiente para reconciliar estas fuerzas en conflicto. Es más, el yo puede coartarse en su desarrollo al ser atrapado en sus primeros conflictos, denominados fijaciones o complejos, pudiendo volverse hacia modos de funcionamiento primarios en el desarrollo psíquico y hacia modos de satisfacción infantiles.

Piedra angular de la teoría y la práctica del psicoanálisis moderno es el concepto de ansiedad, un tipo de experiencia que implica una reacción contra ciertas situaciones peligrosas. Estas situaciones de peligro, tal como las describe Freud, son el miedo a ser abandonado, a perder el objeto amado, el miedo a la venganza y al castigo, y la posibilidad de castigo por parte del superyó. En consecuencia, los síntomas, los desórdenes de la personalidad y de los deseos, así como la propia sublimación de las pulsiones, representan compromisos, diferentes formas de adaptación que el yo intenta desarrollar con mayor o menor éxito, para reconciliar las diferentes fuerzas mentales en conflicto.

MOVIMIENTO ANALÍTICO EN OXFORD, CAMBRIDGE Y EN EEUU

Movimiento teórico aparecido en el siglo XX, dominante en Gran Bretaña y Estados Unidos desde la II Guerra Mundial, que trata de aclarar el lenguaje y analizar los conceptos expresados en él. Este movimiento ha recibido diversas designaciones, como análisis lingüístico, empirismo lógico, positivismo lógico, análisis de Cambridge y filosofía de Oxford. Las dos últimas clasificaciones se derivan de las universidades inglesas donde este método filosófico ha sido influyente de una forma especial. Aunque ninguna doctrina específica o dogma son aceptados por el movimiento como un todo, los filósofos analíticos y lingüistas están de acuerdo que la actividad propia de la filosofía es aclarar el lenguaje o, como algunos prefieren, esclarecer conceptos. El objeto de esta actividad es solucionar las disputas filosóficas y resolver los problemas filosóficos, los cuales, afirman, se originan en la confusión lingüística.


Una considerable diversidad de opiniones existe entre los filósofos analíticos y lingüistas en cuanto a la naturaleza del análisis conceptual o lingüístico. Algunos están interesados sobre todo en aclarar el significado de palabras específicas o frases como un paso esencial para hacer afirmaciones filosóficas claras y precisas. Otros están más ocupados en determinar las condiciones generales que deben darse para que una declaración lingüística tenga sentido; su propósito es establecer un criterio que diferencie entre las oraciones significativas y las absurdas. Otros analistas se interesan en crear lenguajes formales, simbólicos, que responden en su origen a una estructura matemática. Su afirmación es que la solución a los problemas filosóficos puede hacerse con mayor eficacia si son formulados en un lenguaje lógico riguroso.

Por contraste, muchos filósofos asociados al movimiento han enfocado el análisis del lenguaje común o natural. Las dificultades surgen cuando conceptos como tiempo y libertad, por ejemplo, son considerados al margen del contexto lingüístico en que suelen aparecer. La atención al lenguaje utilizado de una forma común es la clave, razonan, para resolver numerosos problemas filosóficos.

El análisis lingüístico como método de filosofía se remonta a la Grecia clásica. Algunos de los diálogos de Platón, por ejemplo, están, de una forma específica, destinados a aclarar términos y conceptos. Sin embargo este estilo de reflexionar filosóficamente ha cobrado un renovado énfasis en el siglo XX. Influenciado por la tradición empírica británica de John Locke, George Berkeley, David Hume y John Stuart Mill y por los escritos del matemático y filósofo alemán Gottlob Frege, los filósofos ingleses del siglo XX George Edward Moore y Bertrand Russell fueron los fundadores de esta tendencia analítica y lingüística contemporánea. Como compañeros en la Universidad de Cambridge, Moore y Russell rechazaron el idealismo hegeliano, como quedó expuesto de forma clara en la obra del metafísico inglés Francis Herbert Bradley, quien mantenía que nada es real por entero excepto lo absoluto. En su oposición al idealismo y en su concepción de que la atención esmerada al lenguaje es crucial en la investigación filosófica, fijaron el modo y el estilo de desarrollar la filosofía en el mundo de habla inglesa durante gran parte del siglo XX.

Para Moore, la filosofía fue el primer y principal campo de análisis. La labor del filósofo implica aclarar proposiciones complejas o conceptos por indicación de proposiciones menos complejas o conceptos, los cuales se tienen por equivalencia lógica con los originales. Una vez que esta labor ha sido completada, la verdad o falsedad de afirmaciones sobre problemas filosóficos puede ser determinada de modo más adecuado. Moore fue célebre por sus minuciosos análisis de proposiciones filosóficas enigmáticas como "el tiempo es irreal", estudios que entonces le ayudaron a determinar la verdad contenida en dichas afirmaciones.

Russell, muy influido por la precisión de las matemáticas, se interesó por el desarrollo de un lenguaje lógico ideal que reflejara de forma fiel la naturaleza del mundo. Proposiciones complejas, mantenía Russell, pueden ser resueltas gracias a sus componentes simples, que llamaba "proposiciones atómicas", últimos constituyentes del universo. El enfoque metafísico basado sobre este análisis lógico del lenguaje y la insistencia en que las proposiciones significativas deben corresponderse con hechos constituye lo que Russell llamaba "atomismo lógico". Su interés en la estructura del lenguaje también le llevó a diferenciar entre la forma gramatical de una proposición y su forma lógica. Las afirmaciones, Juan es bueno y Juan es alto tienen la misma forma gramatical pero diferente forma lógica. El fallo para reconocer esto llevaría a uno a tratar la propiedad de la bondad como si fuera una característica de Juan en el mismo modo que la propiedad altura es una característica de Juan. Tal fallo motiva la confusión filosófica.

La obra de Russell en el ámbito de las matemáticas atrajo a Cambridge al filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, quien llegó a ser una figura central en el movimiento analítico y lingüístico. En su primera obra importante, Tractatus logico-philosophicus (Tratado de lógica filosófica, 1921), en el que presentaba su teoría del lenguaje, Wittgenstein razonaba que "toda filosofía es una crítica del lenguaje" y que "la filosofía aspira a la aclaración lógica de los pensamientos". El resultado de los análisis de Wittgenstein recordaba el atomismo lógico de Russell. El mundo, argumentaba, se compone al final de hechos simples, que es el objeto del lenguaje a representar. Para ser significativo, las afirmaciones sobre el mundo deben ser reducibles a declaraciones lingüísticas que tengan una estructura similar a los simples hechos representados. En este temprano análisis de Wittgenstein, las proposiciones que representan hechos —las proposiciones de ciencia— son consideradas significativas de una forma objetiva. Oraciones metafísicas, teológicas y éticas se juzgan como objetivamente insignificantes.

Bajo la influencia de Russell, Wittgenstein, Ernst Mach y otros, un grupo de filósofos y matemáticos vieneses, durante la década de 1920, iniciaron el movimiento conocido como positivismo lógico. Encabezado por Moritz Schlick y Rudolf Carnap, el Círculo de Viena comenzó uno de los capítulos más importantes en la historia de la filosofía analítica y lingüística. De acuerdo con el positivismo, la labor de la filosofía es la aclaración del significado, no el descubrimiento de nuevos hechos (el trabajo de la ciencia) o la elaboración de relaciones comprensivas de la realidad (el erróneo objetivo de la metafísica tradicional).

EL NEOPOSITIVISMO VIENES

El neopositivismo está representado por el neopositivismo filosófico de Russell y Wittgenstein y el Círculo de Viena y por el neopositivismo sociológico de Lundberg y posteriormente Lazarsfeld, Guttmann, Blalock, Boudon y otros. Además tiene fuerte influencia en el racionalismo crítico de Popper y Albert, entre otros.

En general, el neopositivismo presenta las siguientes características:
  • Sigue el modelo de las ciencias naturales.
  • Se inscribe en el operacionismo y en el cuantitativismo, lo cual se pone de manifiesto en el auge y perfeccionamiento de los procedimientos estadísticos, especialmente los cálculos de probabilidad.
  • Las investigaciones tienen un marcado elementarismo o atomismo (opuesto al "holismo").
  • Pretende la objetividad o sea, una ciencia Iibre de valoraciones.
Si bien deja de lado la aplicación estricta de los criterios de las ciencias físicas, el "fisicalismo" (que caracteriza al positivismo clásico), considera que el procedimiento lógico de la explicación causal debe ser el mismo en todas las ciencias.

Las concepciones evolucionistas (y organicistas) dejan de tener la importancia que se les asignaba en el positivismo clásico.

Las críticas al positivismo y neopositivismo son muy variadas. Algunas se mencionan en el apartado sobre objetividad en las ciencias sociales. Bourdieu (1978, p. 19) señala lo siguiente: el positivismo efectúa sólo una caricatura del método de las ciencias exactas, sin acceder ipso facto a una epistemología exacta de las ciencias del hombre. De hecho, el carácter subjetivo de los hechos sociales y su irreductibilidad a los métodos rigurosos de la ciencia, conforma una constante en la historia de las ideas que la crítica del positivismo mecanicista sólo reafirma (Bourdieu p. 19).

Otra crítica es formulada por Kon (p.72): Como la tarea de la ciencia se reduce a un análisis de las "manifestaciones", que siempre están en un sólo plano, desaparece así el problema del deslinde entre lo casual y lo necesario, el fenómeno y la esencia, los procesos profundos y los superficiales, etc., reduciendo la tarea de la sociología a una simple descripción del fenómeno.

En el marco de este estudio se puede agregar que el positivismo implica una marcada separación entre el sujeto (investigador) y el objeto (la realidad investigada, inclusive las personas investigadas). Por otra parte, la filosofía del positivismo induce al mantenimiento del status y a la monopolización del conocimiento por parte de una élite intelectual, mayormente al servicio de la clase dominante.

Mansilla (p. 80) dice: "Comte se interesaba por la investigación de los hechos en lugar de ilusiones trascendentes, por la certeza en lugar de la duda, por la organización en lugar de la negación y la destrucción. La teoría de Comte fue una apología ideológica de la sociedad burguesa. Aparte de ello, llevaba el germen para la justificación de un sistema autoritario. El irracionalismo que contenía y que caracterizó la posterior ideología autoritaria, inició el ocaso del liberalismo".

La ideología influye en la metodología de la investigación social, como podemos demostrar en el ejemplo del individualismo (que está fuertemente representando en muchas teorías del aprendizaje). Por ejemplo, el individualismo filosófico de René Descartes, el individualismo político de John Locke, el individualismo pedagógico de Jean Jacques Rousseau, el individualismo económico de Adam Smith.

Esta influencia se refleja todavía en la preponderancia del empleo del método de la encuesta a través de un cuestionario. El empleo de este método (sobre todo en combinación con esa técnica) tiene como una de sus características más sobresalientes: la investigación de una realidad social por medio de la obtención de información verbal de sujetos, a quienes se les trata como individuos fuera de su contexto social y de su realidad histórica.

El positivismo ha impulsado fuertemente el empirismo en la investigación social. El empirismo se caracteriza por el individualismo, la atomización de la sociedad y la incapacidad de captar las estructuras sociales, inclusive la explicación de los cambios sociales por la falta de perspectiva histórica; Lowy (1979, pp. 17 y 18), lanza la siguiente crítica al positivismo que, en lo que se refiere a la investigación social, se comparte en este estudio.

El error fundamental del positivismo es pues la incomprensión de la especificidad metodológica de las ciencias sociales en relación a las ciencias naturales, especificidad cuyas causas principales son:

  • El carácter histórico de los fenómenos sociales, transitorios, perecederos, susceptibles de ser transformados por la acción de los hombres.
  • La identidad parcial entre el sujeto y el objeto del conocimiento.
  • El hecho de que en los problemas sociales están en juego las miras antagónicas de las diferentes clases sociales.
  • Las implicaciones político-ideológicas de la teoría social: el conocimiento de la verdad puede tener consecuencias directas sobre la lucha de clases.
La pretensión de muchos sociólogos empiristas de abstenerse de juicios sobre la realidad social no solamente ha dado las pautas para investigaciones descriptivas con métodos parecidos a los empleados en las ciencias naturales. También ha impulsado trabajos que refuerzan el statu quo. Sin embargo, no se puede negar gran precisión en los datos cuantitativos.

El significado subjetivo de la dialéctica se refiere a la relación tensa entre el sujeto humano y la realidad objetiva (Bertels, p. 17).

Los neo-marxistas buscan la relación entre la objetividad y las experiencias subjetivas, como se puede percibir en los nuevos estudios de la alienación, en el sentido de experiencia humana, en los trabajos de Marcuse, Kolakowski y parcialmente también en el romanticismo de Bloch.

La misma diferencia metodológica se puede percibir entre los existencialistas (experiencia) y los analíticos (ej. Wittgenstein y sus reglas lógicas).

Es evidente que en la filosofía de las ciencias se encuentra una gran variedad de enfoques.

Retomamos el ejemplo del positivismo, siendo éste actualmente la tendencia central en la investigación social, que se opone al método fenomenológico.

Se le puede ilustrar a través de un representante del positivismo estricto, como Mario Bunge, quien expresa en toda su obra una fuerte preferencia por el método experimental: "El método científico, aplicado a la comprobación de afirmaciones informativas, se reduce al método experimental" (Bunge, 1977, p. 52).

Adriana Trujillo
17863740
CRF

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